El deporte es una institución social que por el hecho de estar imbricada en el proceso cultural de los pueblos es suficientemente influyente como para contribuir al modelado de los actores sociales. Esto no es poca cosa, puesto que los valores que rigen el fenómeno deportivo en una sociedad, constituyen un vehículo capaz de influir de algún modo entre sus practicantes, dirigentes, seguidores y espectadores.
Por ello, la direccionalidad de este efecto dependerá entonces de la superestructura que rija el orden social, dado que el deporte nunca ha podido considerarse como un fenómeno aislado, ahistórico, sino que está determinado por el modo y las relaciones de producción dominantes y que desde sus inicios ha sufrido profundas transformaciones, producto de los cambios socio-culturales que han experimentado los diversos grupos humanos en el devenir de la historia.
La influencia que el deporte puede representar, está relacionada directamente con los beneficios y perjuicios que se identifican en su práctica según el contexto histórico considerado y con los intereses de quienes rigen los destinos del colectivo. De este modo, aún bajo la lógica del modo de producción capitalista y de la visión occidentalizada del mundo, pueden identificarse innegables beneficios de la praxis deportiva en distintos niveles, entre los que destacan: a) educativo: contribuyendo a desarrollar cualidades como la lealtad, la disciplina, la competencia gallarda y justa, la honestidad y el respeto, b) sanitario: en términos de la adopción de hábitos de vida más saludables, orientados a mejorar la calidad de vida de las personas; c) social: como mecanismo de cohesión, al fomentar la integración y participación de los individuos en diferentes espacios y creando lazos de pertenencia e identidad con las instituciones deportivas y las disciplinas; d) recreativo: como una actividad lúdica, destinada a la recreación no sólo de los practicantes, sino también de los aficionados y seguidores en general.
Por ello, la direccionalidad de este efecto dependerá entonces de la superestructura que rija el orden social, dado que el deporte nunca ha podido considerarse como un fenómeno aislado, ahistórico, sino que está determinado por el modo y las relaciones de producción dominantes y que desde sus inicios ha sufrido profundas transformaciones, producto de los cambios socio-culturales que han experimentado los diversos grupos humanos en el devenir de la historia.
La influencia que el deporte puede representar, está relacionada directamente con los beneficios y perjuicios que se identifican en su práctica según el contexto histórico considerado y con los intereses de quienes rigen los destinos del colectivo. De este modo, aún bajo la lógica del modo de producción capitalista y de la visión occidentalizada del mundo, pueden identificarse innegables beneficios de la praxis deportiva en distintos niveles, entre los que destacan: a) educativo: contribuyendo a desarrollar cualidades como la lealtad, la disciplina, la competencia gallarda y justa, la honestidad y el respeto, b) sanitario: en términos de la adopción de hábitos de vida más saludables, orientados a mejorar la calidad de vida de las personas; c) social: como mecanismo de cohesión, al fomentar la integración y participación de los individuos en diferentes espacios y creando lazos de pertenencia e identidad con las instituciones deportivas y las disciplinas; d) recreativo: como una actividad lúdica, destinada a la recreación no sólo de los practicantes, sino también de los aficionados y seguidores en general.
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